Felicidad realista

Tenemos un constante bombardeo de frases positivas, sobre perseguir la felicidad como forma de vida, la corriente del pensamiento positivo, todo esto está muy bien, pero… ¿hasta qué punto esto establece un objetivo a alcanzar? Y ¿hasta qué punto esta filosofía de vida conlleva beneficios?

Está claro que ver el lado positivo de las situaciones que vivimos da menos quebraderos de cabeza, nos mantiene en una actitud más proactiva e invita a sentirnos mejor. Pero ¿qué pasa cuando esto no es posible, cuando, debido a las circunstancias que vivimos no se puede estar feliz? Cuando estos mensajes se toman de manera general, sin detallar y son asumidos como un objetivo de vida, podemos estar exigiéndonos demasiado, un ideal a alcanzar, lo que conlleva una sobrecarga emocional, frustración, ansiedad y malestar. La felicidad a cualquier precio nos puede salir muy cara.

Una de las cosas que más me repiten los padres en consulta con respecto a los objetivos que tienen para la crianza de sus hijos suele ser “que sean felices y no sufran”. Continuamente atiendo a personas que no “soportan” el malestar que están experimentando, quieren ser felices. Y yo suelo preguntar a continuación ¿siempre, bajo cualquier circunstancia? Porque tener como objetivo vital ser feliz y no sufrir es como querer volar por nosotros mismos, simplemente imposible.

 Lo que sucede cuando nos empeñamos en estar siempre felices

Las personas controlamos una parte (pequeña) de las situaciones que vivimos. Por ejemplo, si quiero conseguir sentirme bien (objetivo), puedo poner música que me gusta y me activa (zona de control), ya se sabe que la música amansa a las fieras. Sin embargo, hay una cantidad importante de situaciones que escapan a nuestro control, factores externos que pueden cambiar nuestro rumbo en cuestión de segundos, como por ejemplo una pandemia… Controlamos un porcentaje escaso, lo que no quiere decir que tengamos que rendirnos al destino, pero sí entender que no siempre vamos a poder influir ni cambiar las situaciones para ponerlas a nuestro favor.  Que hay veces que por mucho que nos empeñemos, no vamos a conseguir estar felices. Nuestra felicidad no depende solo de nosotros. No tenemos la capacidad para controlar absolutamente TODAS las emociones, nuestro papel va más en la línea de conocerlas y gestionarlas y saber cómo interpretamos las situaciones, pero las emociones son reacciones que escapan a nuestro control.

Y todo esto también está bien. Necesitamos sentir el fracaso para aprender a perseverar y a mejorar, necesitamos frustrarnos para pensar alternativas y solucionar las situaciones.

Somos pura emoción

Las emociones no siempre nos generan bienestar. Pensemos en una situación de pérdida de un ser querido, irremediablemente, la pérdida va asociada a la tristeza. Es necesaria, nos invita a tomarnos un tiempo para pensar, recolocar sentimientos, vivir con esa pérdida, esas son algunas de las funciones de la tristeza. ¿Cómo podemos estar felices frente a una situación así? No podemos. Eso no quiere decir que no lo volvamos a ser, ni mucho menos, pero habrá un período en nuestra vida en el que no podremos serlo, y pretender lo contrario es exigirnos por encima de nuestras posibilidades, con lo cual, nos frustraremos y sentiremos peor.

Perdamos el miedo a las emociones “negativas”

No podríamos hablar de emociones “negativas” como tal, porque todas cumplen una función y todas nos ayudan en una u otra dirección. El miedo nos pone a salvo, la tristeza nos ayuda a centrarnos en nosotros mismos y a cuidarnos, el enfado a luchar por las injusticias… Pero, entendiendo éstas como las que nos hacen sentir malestar y no nos gustan, no las toleramos (o eso creemos) y solemos evitarlas, esconderlas o, peor aún, ignorarlas. Y aquí nos encontramos con dos problemas, el malestar asociado a esa emoción y la frustración por no querer sentirla, lo que nos lleva a un bucle sin fin de malestar-frustración-angustia.

Exigencia social

Como seres sociales que somos, crecemos y vivimos bajo una serie de normas sociales o directrices que nos marcan una manera de comportarnos y ver la vida. Actualmente, en el mundo de influencers, velocidad y productividad compulsiva en el que vivimos, la norma con respecto a las emociones es que escondamos nuestra infelicidad, la camuflemos y no le prestemos atención. Por lo que solo nos queda la opción de mostrar felicidad siempre y tratar de alcanzarla continuamente, incluso aunque debido a las circunstancias no podamos hacerlo.

Positividad realista, felicidad auténtica

Y aquí entra el quid de la cuestión. Ser positivos está bien, buscar el aspecto positivo a las situaciones que vivimos nos ayudará a sentirnos mejor. Pero todo esto hay que manejarlo desde el realismo, teniendo en cuenta las circunstancias de cada momento y las habilidades y capacidades de cada uno. Coger el positivismo como bandera, sin analizar nuestras posibilidades para conseguirlo, puede llevarnos al fracaso y a la frustración que, si los entendemos como oportunidades de crecer ni tan mal, el problema es cuando eso se repite de continuo. Tratando de fijarnos en la información positiva, de aprender cosas nuevas de cada experiencia que vivimos, pero también dándonos permiso para sentirnos tristes, inseguros y con malestar cuando la situación se complica. Desde la aceptación de todas nuestras emociones podremos vivir una felicidad auténtica, entendiendo que no pasa nada por estar triste, tendremos que gestionarlo y trabajar para mejorar pero, precisamente, podemos experimentar la felicidad porque también lo hacemos con la tristeza.

No estaría de más matizar esos mensajes en los que se impone lo positivo y la felicidad por encima de todo. Algo así como… “Trata de tener una actitud positiva, eso te ayudará, pero permítete encontrar tus límites y aprender de todas las emociones y experiencias”. Eso, es más real.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver arriba