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Uno de los handicaps de ser padres y madres es el empeoramiento en la calidad y cantidad del sueño y del descanso. Con niñ@s pequeñ@s en casa, «dormir del tirón» un número de horas razonable es prácticamente imposible. ¿Cómo afecta realmente esta falta de sueño en nuestro día a día? ¿qué podemos hacer para mejorarlo?

Según varios estudios, la calidad del sueño se ve afectada en los padres desde que nace el bebé hasta, aproximadamente, los 6 años de vida del mismo. Situación que se dilata si vienen más bebés después del primero. Una vez que las noches van siendo más apacibles y con menos despertares, la cantidad del sueño mejora, pero no llegamos a recuperar la misma calidad que antes de ser padres. Incluso durante la adolescencia, que l@s hij@s son autónomos para dormir, la calidad del sueño se ve mermada por las responsabilidades paternas y «problemas» propios de la edad de los adolescentes.

Otro estudio publicado hace unos años por el jefe de pediatría y de la Unidad del Sueño del Hospital Quirón Valencia, Gonzalo Pin, reveló que durante los primeros 12 meses de vida del bebé los padres pierden un total de 200 horas de sueño al año, lo que es una media de 2 horas por noche. Los datos son demoledores.

Diferencias entre madres y padres

La pérdida de calidad no afecta de la misma manera a madres y a padres. Las primeras pueden ver disminuído el sueño hasta en una hora diaria, mientras que ellos están en una media de 15 minutos diarios. Importante diferencia que es uno de los factores de la constante fatiga (física y mental) que notifican las madres, sobre todo en el primer año de vida del bebé.

Esta deficiencia en horas de sueño y de un sueño reparador afecta también a nuestros bebés. Los padres con escasez de sueño son más irritables, están menos alerta ante determinadas situaciones, lo cual puede hacer que el bebé corra más riesgos, aplican más castigos y la paciencia brilla por su ausencia. Cuando tenemos falta de sueño y de descanso nuestra concentración y atención disminuyen considerablemente, no estamos igual de atentos a lo que sucede. Dormir es una necesidad básica, como lo es comer o beber, si no se satisface de una manera correcta no podemos pasar al siguiente escalón de necesidades y nos quedaremos atrapados en ella, pensando únicamente en querer dormir. Además, todas aquellas situaciones que representen estrés (llanto, conductas disruptivas como gritos o hacer cosas prohibidas) son atajadas de manera inmediata y utilizando métodos de fuerza o imposición, es decir, cuando estamos cansados tenemos menos paciencia y recurrimos más a los gritos y amenazas.

Corresponsabilidad paternal y ayuda externa

Las únicas armas que tenemos para lidiar con esta situación son la corresponsabilidad parental, es decir, repartir las tareas con respecto al cuidado del bebé, y la ayuda externa.

Repartirse y turnarse en la alimentación, en las siestas diurnas y en el tiempo que pasa el bebé despierto. Los padres y madres primerizos tienden además a compartir la mayor parte de las situaciones con el bebé, casi siempre por solidaridad para con la pareja. Hay determinadas ocasiones en las que es mejor turnarse para que ambos puedan descansar varias horas seguidas y recuperarse del agotamiento.

Si se tiene familia y/o amigos a los que recurrir, es una situación perfecta para hacerlo. En estas circunstancias, casi siempre hay alguien que se ofrece a «echar una mano» con el bebé. Es el momento ideal para recoger esas manos y tomar la palabra a todo el que lo proponga. Incluso cuando tenemos un bebé poco dormilón, porque esto muchas veces provoca la negativa a dejarlo al cuidado de algún familiar durante unas horas, por no «pasar el marrón» a la persona en cuestión. Bien, pensemos que esa persona se ha ofrecido desinteresadamente, probablmente tiene una vinculación afectiva con nosotros y con el bebé y, por lo tanto, lo cuidará bien y, lo más importante, está descansada y cuando llegue a su casa podrá volver a descansar sin interrupciones. Mientras que los padres viven cada día la misma rutina constante de dormir-despertar continuo. Hay situaciones en las que son los propios padres los que ponen más barreras e impedimentos, en parte debido a esa capa de súper padres que todos y todas nos ponemos cuando traemos un niño al mundo.

El descanso es fundamental, para niños y padres, y unos padres descansados son unos padres felices, pacientes y más atentos que educan con más calma y alegría.

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